Aterricé en Santiago de los Caballeros en la madrugada del 2 de enero. El pasajero en mi fila de asientos no pudo ver mi cara boba al divisar las luces del Monumento bajo la niebla que, mientras seguía en el aire, confundí con la lluvia. A pesar de la hora, era evidente que habíamos dejado atrás los escasos grados Celsius del invierno y que el calor caribeño empezaba a incomodarme bajo el abrigo oscuro y grueso.  

Dicen que enero dura 80 días y que se prolonga lo que tarda en cobrarse el primer sueldo del año. Mi prima Gemma decidió que ella sigue en diciembre 2023, que su enero iniciará más tarde. Tal vez me convenga unirme a su causa, seguir en modo Navidad y suscribir el modo festivo unos días más mientras se pueda, hasta que la realidad nos golpee en el dedo chiquito del pie. 

De todas maneras, el año arrancó en forma apenas este lunes 8. Los días previos todavía ensayábamos en nuestra urbe monumental sin tapones, 20 grados de brisita al atardecer y ninguna fila en los bancos. Pero lo bueno no dura. Y, al mismo tiempo, estas cosas solo les pasan a los vivos.  

El próximo lunes 15 todo Santiago ya estará al máximo, arbolitos y luces recogidas, en modo laboral y productivo. Así que, abracemos este 2024 con todo lo que trae: las páginas en blanco para escribir, las fechas para encontrarnos con amigos y familia, el carnaval a la vuelta de la esquina, los tapones por las obras de transporte público, las filas que indican que nuestra economía se mueve, las deudas por pagar, el cambio de edad que se nos derrama en el cuerpo (justamente como hoy, a mí). 

Abracemos, así, sin más. Que la vida es un ratico y, de este año, ya llevamos media hora…