Salimos esa mañana como hacen los cibaeños, con la reversa puesta. La travesía hacia la capital de la República se tarda más en estos días de ampliación de la autopista Duarte, el nuevo peaje y el exceso de tráfico que Santo Domingo ostenta más que a su costa caribeña.
Ya no recuerdo si era martes o miércoles cuando desembarcamos en la Plaza de la Cultura. Andaba con las chicas de la agencia, que nos habíamos propuesto matar varios museos con una misma escopeta (Museo del Hombre Dominicano, Museo de Arte Moderno, Museo de Historia Natural) y la estrella del día, la inmersiva de Van Gogh.
Los ánimos en alta por esquivar los deberes laborales y limpiarnos los ojos y el alma con arte y cultura. Los oídos en atención para escuchar la guía privilegiada de nuestra museóloga de cabecera que, sucede y acontece, también lidera la agencia donde entre 9 y 5 estamos en nómina y somos felices.
Una abre muy bien los ojos cuando se encuentra con la temporal del Museo del Hombre y descubre LAS PIEZAS taínas que nunca había visto ni en libros. Dúhos hechos con un detalle tan preciso que deslumbran y rompen la imagen del taíno vago y bruto en la hamaca por las tardes. (Porque para tallar madera hace más de mil años, antes del cincel de metal, había que tener ganas y talento).
Pero vayamos al final de esta crónica y digamos que Santiago Nasar, murió sin los rodeos literarios: hablemos de Van Gogh. ¿Pudo ser mejor el montaje? Sí. ¿Hay inmersión? Un poco. ¿Algo que salvar? La experiencia de realidad virtual. ¿Sorpresas? Gente un martes a las tres de la tarde haciendo fila y pagando para ver arte. Entonces, el mundo no está tan perdido.
Ahora recuerdo que era martes, el día último de la exposición “Oviedo, 100 años”. La muestra del Museo de Arte Moderno contiene piezas que te susurran Ramón por todas partes, especialmente en los autorretratos, que pasan de la imagen clásica del artista barahonero a los juegos y el humor del hombre, del ser humano. Me hicieron falta los años en las fichas técnicas, pero es un capricho de exempleada de museo (o visitante furibunda, ya nunca lo sabré).
En el sótano, la inmersión es total, el universo Oviedo te rodea por todas partes, desde sus objetos personales y cotidianos hasta las condecoraciones recibidas en vida, como la sencilla medalla de Casa de Arte fechada en 1983. Cuando una aprendía los días de la semana y tal vez, alguien de la familia recitaba el refrán “Martes, ni te cases ni te embarques, ni de tu familia te apartes”. O no salgas a la capital, quién sabe.