Una descubre las ventajas de tener el celular cargado y con data un sábado a las cinco de la tarde. Tres horas más tarde, Uber mediante, me encontré con Susana Veras a la sombra del Gran Teatro del Cibao. Yo no quería salir, pero era Alex Bueno y su voz, y mis recuerdos de mi vecina Ana Isa (o Luz Mercedes) me pusieron vestido al tobillo y zapatos acordes con el protocolo de la principal sala del Cibao.
La producción sinfónica de Amaury Sánchez para el hijo de SAJOMA prometió 25 canciones y varios invitados especiales. No podían faltar “Quiéreme”, “Colegiala” o “Amor de pobre” en unos arreglos que, cuando incluyen violines, todo suena mejor.
En el turno del primer invitado, conocimos la envidia de tener mejor requinto del país en Martires de León, que acompañó a la Orquesta Filarmónica de Santo Domingo en boleros y bachatas clásicas que dieron en el corazón de la Sala Restauración, llena en sus plateas, palcos y balcones.
La única dificultad de la velada era repasar 40 años de carrera musical a secas, con cada tema golpeando una sed que no se calma con agua, precisamente. Merengues, bachatas, boleros y baladas completaron el repertorio que se agotó en dos horas precisas y yo iba tachando las pendientes en espera de una sola.
Vino entonces el maestro Ramón Orlando (otra leyenda viva), para interpretar juntos “Toqué fondo”, un texto que resume el descenso a los infiernos y el regreso de Alex.
Mientras los celulares registraban cada canción y saludo, pensé en la amiga de Alejandro, Martha Herrera; recordé mis mañanas corriendo a repetir el estribillo “condenado a la distancia” con mi vecina Ana Isa cuando escuchaba el tema en la radio a través del patio compartido a la sombra de la mata de limoncillos.
La voz que arrullaba una niñez del mejor merengue de la historia convocó al Amarillo y sus gallos de pelea (acordeones) para compartir “Esa mujer” y “Chiche Bello”. Los pies bailaban, las almas reían y yo seguía esperando mi tema desde mi asiento en la platea izquierda: lejos para notar los cambios en la piel de Alex, que se afirmaba viejo, pero cerca para sentir que entonaba igual o quizás mejor, que seguía ahí, con ternura y respeto por un público que exponía sin pudor su alegría y amor por el cantante.
Llegó la falsa despedida con “Voy a ser gigante”, un juego de palabras para cerrar que dejaba en todos los presentes la sensación de que Alex Bueno no va a ser gigante: ya lo es hoy. Entonces, la ñapa trajo “Los caminos de la vida” (una letra del recién fallecido Omar Geles) y “Querida”.
Al final, salí contenta. Y, con la sonrisa de la madre de Yulissa y José Rafael en mente, perdoné de corazón que Alex me dejara condenada a seguir esperando. Tal vez otro día me cante “La distancia”. Y yo me ahogaré una vez más al grito de “Ay Dio’ mío”.