Justo hace un mes, a estas horas, ponía rumbo al centro de la Florida. La convocatoria era pasar las fechas navideñas con la familia Minaya Rivera, que por años esperaban la humilde visita de esta cronista.
El vuelo directo y puntual Santiago-Orlando salió bien. Aterrizamos en la auto llamada «The City Beautiful» a media mañana, mientras yo sabía que en la carnicería frente a casa se cortaba y vendía cerdo a dos por tres.
Por primera vez en mucho tiempo, tropezaba yo con la inocencia que la Navidad deposita en los niños. Pronto vería la ilusión de Vaneri y Joan al esperar la mañana del 25, los regalos, las huellas de que Santa es real y pasó por su casa en las afueras de la ciudad mágica que aloja los recintos de Disney.
Los días se fueron recordando tiempos mejores y el periodismo de principios de siglo con Vanessa, enfrentando mi aguiluchismo contra el liceísmo de Jovanny, asechando las ardillas que azotaban las minimandarinas del patio, rehaciendo fotos con el hermano César, cuya llegada se esperaba desde la tarde y aconteció en la noche…

Hubo tiempo para recorrer un poco del downtown y descubrir arte en el Museo de Arte de Orlando (que celebraba cien años en 2024), el Museo Mennello de Arte Americano (la muestra temporal de Sally Michel y su colección permanente de Earl Cunningham), y Ten10 Brewing (con su Santa White Christmas que hace milagros).
Definitivamente no estaba en el frío de Paterson. Apenas una brisa fresca en las noches me recordaba estar en tierras continentales y no en la isla del Caribe que me esperaba para después del nuevo año.
Los grandes parques de Disney y Universal se quedaron para una próxima travesía, completar la pizarra de Ten10 también. Pero la cita en SeaWorld era impostergable. La tradición familiar de los Minaya Rivera manda esperar el cambio de año en este parque acuático que conjuga tiburones, Plaza Sésamo, orcas, música en vivo, el Cirque du Soleil y el espectáculo de fuegos artificiales más intenso que he visto sobre un lago.

Pasaron las luces, la pólvora, los abrazos con la familia y la alegría colectiva por el 2025 que iniciaba, tocaba volver a casa. La multitud caminaba ordenada hacia el inmenso parqueo.
Tocaba más tarde, ya con el sol bien arriba, hacer la maleta y recomponer el camino aéreo de regreso. Salí con el honorable compromiso de volver antes de diez años. Santiago me esperó de frente con sus luces, el calor caribeño y la promesa de 364 días pendientes por vivir.