En Santiago se habla de la provincia Monte Plata en todas las clases de historia dominicana, cuando se recuerdan las devastaciones de Osorio en el siglo 17. De uno de sus municipios, Yamasá, se menciona cuando se acerca junio y se evoca la centenaria devoción a San Antonio que los hermanos Guillén celebran el domingo más próximo a día del santo. Para llegar justo a tiempo al encuentro entre el San Antonio blanco que sale de la iglesia y el San Antonio negro que desfila desde la casa de los Guillén, hay que salir de la urbe monumental cerca de las seis de la mañana. Habrá que vencer la inercia de dormir un poco más porque no se trabaja y apostar por experiencia única que se vive durante ese pasadía que conjuga alimentos para el alma y el cuerpo.
Porque el patio se llena de gente que va por primera vez (como yo en 2013), gente que repite (como yo también varios años después) y gente que nunca dejará de ir (como yo hubiera querido). Entre rezos, salves, bailes, música, comida y bebida, el día va pasando… Y la hora de partir, sobre todo para los santiagueros, se esparce como la sombra del atardecer.
Facebook, que todo lo sabe si uno se lo dijo antes, me recordó esas aventuras de fe y alegría que viví junto al Centro León tanto como invitada de prensa y luego como parte del equipo que acompañaba la participación santiaguera en esta jornada. De esa fotografía en especial han pasado diez años. Las protagonistas estamos en otros lugares y hacemos otras cosas. Mi devoción por Tatica la de Higüey es más fuerte, pero a la altura de este juego, ciertas cosas bien valen una hora santa a San Antonio. «Cae 9 de junio», dijo Susan sobre el próximo año. Que sea una promesa y allá nos veamos.