La noche empezó días antes, con la confirmación de la actividad hecha arte digital para compartir en redes sociales. Los nervios llegaron después, en el escenario del auditorio, cuando a la pregunta de ¿Empezamos?, los poetas asintieron con la cabeza y tocaba presentarlos.
Dicen los amigos que no se notaba, los desconocidos afirman que tampoco vieron. Yo sí sé que me temblaba la mano derecha y los primeros tonos al micrófono me traicionaban la confianza. La estirpe de la primera fila no ayudaba, los rostros conocidos a ambos lados tampoco. Pero los poemas que emanaron de las voces poéticas fueron abonando a la libertad de decir y la felicidad de estar ahí, escuchando de cerca textos construidos en la América Latina que amamos, algunos con fecha de cuando apenas yo aprendía a caminar, otros más recientes, cuando la adultez te pesa en el cuerpo.
La exactitud del tiempo se logró a pesar de la inexactitud gloriosa de la poesía. Y, mientras William Ospina cantaba personajes históricos, Gioconda Belli reiteraba su nicaraguanidad intrínseca e inamovible, tal como José Mármol recordaba los caminos del cuerpo de alguna mujer y los vuelos que se crean en sí mismos.
La noche continuó luego, lejos de los poemas, con la complicidad de amigos cuyo lazo no se rompe a pesar de los peajes. La madrugada me sorprendió de regreso al Cibao físico y mental, con el sabor de haber cumplido, con la alegría de haberlo vivido.
Era la 25ta Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2023. Era domingo y habíamos sobrevivido al calor de Santo Domingo. Este es un plural real, no mayestático. Porque las 500 almas que nos congregamos en la Cinemateca Nacional para escuchar a Gioconda Belli, William Ospina y José Mármol, decidimos sobrevivir al clima y al tráfico para contarlo. Para decir hoy, «yo estuve ahí cuando se recitó el universo en el poema». Cuando la poesía hizo emerger decenas de universos, que cada uno lleva ahora en la memoria.