No puedo precisar la fecha exacta en que conocí a Wendy Wendy, la editora de Cayena Magazine y colega de larga data. Debió ser en cualquier coctel de alta sociedad de gran importancia o uno de esos «bautizos de muñecas», como calificaba Johanna Beltré a las actividades sin trascendencia real. Debió ser, entre 2005 y 2007, tal vez. Y posiblemente fue libreta en mano, tomando apuntes de los discursos o escribiendo nombres y apellidos de izquierda a derecha, en grupos no mayores a cinco personas, como recordó Susana Veras anoche y como me enseñó Grisbel Medina, por el lejano 2005, respectivamente.
Entre una actividad y otra, entre el «ya fui allí» y el «¿terminó allá?» fuimos construyendo una amistad matizada por la labor periodística, el respeto mutuo y la confianza que la gente buena deposita en los otros que considera su igual. Cuántas veces nos habremos pasado pies de fotos, el nombre de una canción en un concierto, la foto principal que no acertamos a tomar a tiempo o simplemente la sonrisa de sabernos comprometidas para la misma actividad y el consabido: «¿qué te vas a poner mañana?».
Anoche, mientras nos congregamos para desearle a Wendy Wendy lo mejor en esta nueva etapa vital, recordé que en esas noches de apaga y vámonos, de encuentros de prensa, de primicias, de inauguraciones, aniversarios, actos presidenciales, conciertos, cumpleaños, bailes benéficos, festivales y aperturas de exposiciones, fuimos felices. Y lo sabíamos.
Hoy, que las libretas me sirven para anotar puntos de agenda en el lado corporativo de la comunicación y que Wendy Wendy deja descansar la periodística suya (esperando que sea breve ese reposo): que sepa que la queremos mucho. Y que esperamos que nos lleve en su maleta como nosotras ahora la llevamos en el corazón.