“Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera”.
Con esa frase del conocido científico Albert Einstein iniciamos nuestra reflexión en La Palabra Hoy.
Y es que debido a la corriente del relativismo que vivimos en nuestro tiempo, hemos perdido el tacto como padres, madres, modelos a seguir para nuestros hijos, y escuchamos personas asegurar que nada a tu alrededor puede influir sobre ti, y nada más lejos de la vedad, “El que anda con cojo, al año cojea” dice un popular refrán. Pero, lamentablemente, vemos como un padre le dice a su hijo que no debe robar, o fomentar la corrupción, y, de hecho, hasta grita a todo pulmón que no se puede creer en nadie porque todos son iguales, entre otras muchas cosas, sin embargo, ese mismo padre, tiene la luz de manera ilegal, no obedece las normas y leyes dictada por los legisladores, y cuando tiene oportunidad, se salta una fila, cruza un semáforo en rojo, y todo esto, delante de su hijo. Y peor aún, vemos a un padre con unos “traguitos sociales”, o unos “traguitos demás”, y tiene la cachaza de decirle a su hijo que no tome porque le puede hacer daño.
Pero hay ocasiones en que la cosa se sale de control, y hemos visto en las redes sociales, videos de padres y madres, dándole un chin de cerveza, o ron, y hasta hookah a sus hijos a muy temprana edad, y al final son los primeros que se quejan de la sociedad en que vivimos.
Si queremos una mejor sociedad, si queremos mejores ciudadanos, estamos llamados a ser ejemplo y he aquí nuestro verdadero compromiso con la familia, con la nación.
Generalmente nuestros hijos nos ven como su ejemplo, y en este caso, la mejor definición de ejemplo es ser una persona digna de ser imitada por sus buenas cualidades.
Quizás queremos que nuestros hijos se hagan profesionales o líderes, pero no tuvimos la oportunidad de hacerlo nosotros, pero esto no debe ser excusa para fomentar nuestros hijos y ser ejemplo, tal vez no somos profesionales, pero con nuestra motivación y ejemplo podemos guiar a nuestros hijos a ser mejores cada día.
De igual manera, debemos entender que los niños copian y aprenden lo que ven y lo que hoyen, y, educar con el ejemplo, es lo mejor que podemos hacer por ellos.
En su libro, Familia sin crisis, en la página 8, Monseñor Ramón Benito de la Rosa y Carpio, Arzobispo Emérito de la Arquidiócesis de Santiago de los Caballeros, nos dice: “Los hijos y su educación en la vida familiar son, pues, una vocación, una misión y una tarea. Quien no se sienta llamado o comprometido a tener hijos para criarlos y educarlos no debe procrearlos. Hijos sin padres para darle educación es ya una familia en crisis desde sus inicios mismos. Es por otra parte, una gran irresponsabilidad personal y social”.
En el artículo titulado “Diez principios y una clave para educar correctamente”, escrito en la página web Catholic.net por el Catedrático de Filosofía de la Universidad de Málaga, en España, y nombrado miembro del Consejo Pontifico para la Familia por el papa Benedicto XVI, Tomás Melendo Granados. (https://es.catholic.net/op/articulos/3693/cat/27/diez-principios-y-una-clave-para-educar-correctamente.html#modal), se detallan una serie de consejos para una correcta educación de nuestros hijos, y quiero compartir uno de estos consejos, por considerarlo clave para esta hermosa y difícil tarea.
“Recurrir a la ayuda de Dios.
Educar procede de e-ducere, ex-traer, hacer surgir. El agente principal e insustituible es siempre el propio niño. De una manera todavía más profunda, Dios, en el ámbito natural o por medio de su gracia, interviene en lo más íntimo de la persona de nuestros hijos, haciendo posible su perfeccionamiento.
Ningún hijo es «propiedad» de los padres; se pertenece a sí mismo y, en última instancia, a Dios. Por tanto, y como apuntaba, no tenemos ningún derecho a hacerlos a «nuestra imagen y semejanza». Nuestra tarea consiste en «desaparecer» en beneficio del ser querido, poniéndonos plenamente a su servicio para que puedan alcanzar la plenitud que a cada uno le corresponde: ¡la suya!, única e irrepetible.
Por consiguiente, el padre o la madre, los demás parientes, los maestros y profesores… pueden considerarse colaboradores de Dios en el crecimiento humano y espiritual del chico; pero es este el auténtico protagonista de tal mejora.
A los padres en concreto, en virtud del sacramento del matrimonio, se les ofrece una gracia particular para asumir tan importante tarea. Por todo ello es muy conveniente que, sobre todo, pero no sólo en momentos de especial dificultad, invoquen la ayuda y el consejo de Dios… y que sepan abandonarse en Él cuando parece que sus esfuerzos no dan los resultados deseados o que el chico —en la adolescencia, pongo por caso— enrumba caminos que nos hacen sufrir.
Además, no debe olvidarse del gran servicio gratuito del Ángel Custodio, a quien el propio Dios ha querido encargar el cuidado de nuestros hijos. Y recordar también que la Virgen continúa desde el cielo desplegando su acción materna, de guía y de intercesión.
Enseñarles a tener todo esto en cuenta puede constituir la herencia más valiosa que, en el conjunto íntegro de la educación, leguen los padres a sus hijos”.

El autor es Ingeniero, Locutor y Experto en Seguridad y Salud en el Trabajo.