«La bachata vive». Esas fueron las últimas palabras de Luis Segura en la Gran Arena del Cibao antes de bajar del escenario pasadas la 1 de la madrugada. Oficialmente ya era domingo, aunque todo había empezado el sábado, con el retraso consabido de los conciertos de esa magnitud. Yo no puedo decir que recuerdo las últimas palabras del hijo de Reina (mi papá) o la profe de 5to B (mi mamá). Porque cuando me las dijeron nunca supe que eran las últimas. O peor: no lo quise creer.
La primera y única (hasta ahora) noche de Luis Segura en un concierto grande inició con la canción emblema: «Pena». Yo también pensé que me pasaría el repertorio llorando a mares que Pedro Cruz no estaba ahí para ver a su bachatero favorito. O que Altagracia Gil nos estaría esperando hasta la hora que llegáramos de esa velada musical. Pero el llanto vino después, al contar esta crónica. (Me van a tener que perdonar el exceso de referencias personales, pero esta columna la firmo a mi nombre y la editora no se ha quejado todavía).
A la noche se sumaron estrellas al firmamento, como Leonardo Paniagua, Ramón Torres, El Chaval, Luis Miguel del Amargue, Fefita La Grande, Félix D’Oleo, Edgar Segura y Sexappeal. Así fue rodando la noche, las horas, las bachatas que marcaban punzadas en el corazón.
«El artista se retira, pero su historia se queda», dijo Ramón Torres después de haber cantado «Tus cartas llegan». Queda la historia, los acordes y esa imagen de Luis Segura con la guitarra, en trío de cuerdas, interpretando «Dios mío no nos desampares», «Cariñito de mi vida», «Yo no culpo a nadie», «No te separes de mí». 83 años y con los ojos cerrados marcaba el ritmo a Davicito Paredes y otro guitarrista cuyo nombre no tengo a mano.
Se supone que la noche era el «Fin de la historia», pero se convirtió en el inicio de la leyenda.