Dios se quería reír, así que Tatica, su madre, le contó mis planes de cumpleaños. De hecho, no tenía en agenda más que una misa en el Santuario frente al parque Colón de Santiago, un par de quipes dos cuadras más allá, donde el Boli y, después, lo que surgiera. Porque la resaca económica de enero no permite para grandes actos de mesa y mantel.  

A la salida del salón de belleza, desanduve los pasos en un patio que recogió mis primeros en la niñez, mientras me daban consejos que no pedí pero que fui a buscar. En la tarde, tía Anita había dejado este mundo y cambiando el nuestro. El fin de semana se escurrió en recuerdos, nostalgias y otras notas muy lejanas al festejo, la alegría… Incluso el pastel, que siempre aparecía, se ausentó sospechosamente. Luego, ha resultado que este enero encadena ya una lista de pérdidas más difíciles aún de comprender.  

Mi peregrinación anual a Higüey se atrasa desde 2023 y, por lo visto, sigue en demora en este 2024 también. Supongo que será en el tiempo de Tatica, no en el mío. Mientras, elijo volver al columpio de madera verde que todavía balancea mis sueños, desde ese patio sereno y perpetuo al centro de Santiago.