La convocatoria tan anticipada era tentadora. Y todos caímos plenamente. El Comité Organizador de la Semana Internacional de la Poesía de Santo Domingo había sentenciado con poesía la mañana del sábado 19 de octubre.
La Mediateca del Centro León vio desfilar a más de 30 poetas por turnos en el mobiliario de espaldas a las obras del Concurso de Arte Eduardo León Jimenes. Arte contra arte: todos salimos ganando.
Hubo poetas y hubo poesía (me permito no nombrarlos a todos): la siempre exquisita Sally Rodríguez, dejándonos siempre con deseo de un verso más. Pero todos se acogieron a la ley de un poema por cabeza y así fueron fluyendo las voces de Omar Messón, José Acosta, Noé Zayas, Reina Lissette Ramírez, Racso Morejón, Jorge Boccanera, Carles Diaz, Iris Maldonado, Adelso Reinoso, Liu Jiangtao, Yang Xiuli…
También estuvimos algunos hijos del aquel Taller Literario del Centro, que tanta agua dimos de beber del 2003 al 2010, cuando iniciamos otros caminos: Augusto Bueno, Evelyn Taveras y quien cuenta.
Nos quedaron muchos versos, algunos persisten hasta hoy. Otros revoloteaban en mi cabeza desde la noche anterior, cuando abrió la exposición «Vine a despertar tu alma dormida», colgada en la verja exterior del Gran Teatro del Cibao. Cada cual también compartió sus versos en el recital bajo las luces azules del Bar Moisés Zouain, con la complicidad de sus organizadores, Arelis Albino y Martín Almengó. Poemas de 43 poetas dominicanos y dominicanas residentes aquí y en el extranjero están visibles por varias semanas al público; yo tengo pendiente visitarla.
Ese mismo viernes en la noche fue la primera jornada del Oktoberfest Corazón Cervecero 2024. La cita anual para los amantes de la cerveza prometía tres días de novedades, tradiciones y música para el alma y el cuerpo. Para el sábado en la mañana, ya había confirmado que la noche anterior se cumplió con creces: Maché Maché y Conuko hicieron de la noche caribeña una antología.
No daremos cuentas de marcas y cervezas porque, lo que pasa en las historias de Instagram se archiva en la memoria del corazón. Y a veces, se pierde la cuenta y se repiten cervezas, sobre todo aquellas artesanales que conoces de años, desde los tiempos que estudiaste el proceso artesanal en la escuela de los Agelán y descubriste el mundo donde impera la ley de la fermentación y las fórmulas, el aroma del lúpulo…
El sábado, paréntesis aparte, el Oktober (como cariñosamente le llamamos Gemma y yo) se portó más allá de las circunstancias y la hermandad colectiva se manifestó durante la presentación de Aljadaqui, al filo de un casi domingo. Más temprano la gente desbordaba en el Parque Central de Santiago como cuando la cerveza se sirve con maldad. No se bebieron el agua de los floreros porque no había flores.
El paréntesis vino con el concierto de Luis Vargas: «Trayectoria». La credulidad de que era un concierto y no una fiesta cualquiera hizo esperar que los tiempos y las formas coincidirían en la Gran Arena del Cibao, que los invitados serían todos invitados y no teloneros, que al filo de la medianoche los apuntes habrían cesado y tendríamos tanto para escribir y rememorar: que sería la noche absoluta del Rey Supremo.
Pero entre el calor del recinto deportivo, el desconocimiento del presentador sobre el historial de grandes espectáculos en la Arena desde el 2008 cuando vino Aventura, la espera por Luis desde las 9 de la noche cuando arrancaron los teloneros (el bachatero subió a las 11:46 p. m.) y los problemas de sonido, se olía el aroma de que la realeza de la bachata iba a quedar a deber.
Y no fue que me lo dijeron, fue que yo misma lo vi. La pausa de Vargas a las 12:30 no prometía ser breve (para arreglar el sonido) y abandoné tras escuchar la americana llorar en «Veneno», «Si tú me dejas», «El dolor», «Los últimos tontos», «Loco de amor», «La mesa del rincón» y «Lo sé».
Gracias a Dios, llegó el domingo. La tarde, ya libre de esperas, volvió a ser un conjuro de cervezas nuevas, la complicidad de amigos y familia, la sinceridad showman que es Frank Green cuando sube a un escenario, justamente la noche que celebraba 60 años sin arrepentimientos ni deudas, viviendo a plenitud.
Y como todo es poesía, me permito cerrar con un fragmento de Fernando Valerio Holguín, de su poema «de lo que no se dijo»:
«Tu cuerpo es una fiesta innombrable, una fiesta de lluvia
y sangre y de todo lo que no se dijo. tu cuerpo es una fiesta
y es también una fiesta, ¿qué más puedo decir?»