Tenía tantos planes para la crónica de hoy que se volvieron planetas. Actividades a las que no pude ir, citas que se posponen y últimas veces que no intuimos. Desde que mi hermana Yos vive al norte del planeta, la fecha gringa de Acción de Gracias se me ha hecho cercana.
Así que, estas líneas de hoy sirvan para tributar gratitud porque estamos vivos. Y esa vida nos permite cumplir agendas, llenar calendarios de proyectos y gente. Creer firmemente que cada noche al acostarnos vamos a despertar al día siguiente y, las alegrías y problemas estarán ahí, esperando su turno en el día, después del café y antes de la primera reunión laboral.
Gracias a la gente que ha estado y que se ha ido. A los amores que hemos recibido y despedido, a los padres y madres que han dado vida y algo más para que tengamos la ingenua terquedad de pedirles más de lo que han sido.
Agradezco el llanto y la risa, las luces del Monumento y los tapones de la calle Del Sol. La neblina de noviembre y los abrazos de los colegas en cada actividad social, la genuina sinceridad de cada amigo y amiga que se construye en espacios laborales y educativos, esos lazos que trascienden el ocho a cinco.

Entre esos lazos, recordaré con toda la gratitud a Juana Núñez, a quien recordé la víspera de Thanksgiving mientras iba rumbo al Encuentro de Egresados de Comunicación Social de la UASD Recinto Santiago. Porque en 2017 estuvimos juntas para ese evento. Quienes compartimos mesa con ella reímos mucho porque Juana era pura sonrisa siempre.
En la sorpresa de su adiós, agradezco en ella ese legado de sonreír y abrazar siempre y mucho porque, como siempre digo en estos casos: «La vida es un ratico».