Ingresé a una sala de redacción la primera semana de octubre de 2005 en el primer piso de la antigua casona blanca de la calle Del Sol número 6 que agrupaba a los periodistas del Listín Diario. Recuerdo cómo me impresionaba ver las distintas rutinas que llevaban los profesionales del decano de los periódicos dominicanos. Por ejemplo, era muy distinta la ruta de protestas, robos y huelgas que llevaba Máximo Laureano a las hermosas invitaciones en papel de hilo o cartonite que marcaban la agenda de Grisbel Medina o Mercedes Guzmán. Y esto no era nada parecido a la ruta del pequeño Rollin Fermín y los juegos del Estadio Cibao o la Gran Arena del Cibao (que en esa época era simplemente el Palacio de los Deportes Doctor Oscar Gobaira). Era entonces una pasante cuya única cavitación consistía en el carnet plastificado de estudiante de la UASD.   

Entre ese octubre y diciembre, aprendí tanto como en 3 semestres de redacción en la universidad, como una breve lección que frente a su oficina me dio Isabel Guzmán. Y nunca más usé gerundios en la redacción de una noticia cuyos hechos eran todo pasado. En esas semanas, escribí todo lo que a una pasante le dejan escribir y un poco más. Publicar es otra historia y buscando esas publicaciones al año siguiente, en los primeros meses, descubrí que parte del personal que había conocido había vuelto a su antigua redacción en El Caribe. 

Cuando pisé de nuevo en la calle Del Sol número 6, no volví como pasante sino como suplente. Cubrir vacaciones de los periodistas fijos, me llevó a la emergencia del hospital Cabral y Báez, atender los reportes policiales del fin de semana y estar pendiente de que los colegas no me dieran el famoso palo. Eran tiempos en que los celulares no tenían cámaras tan potentes como ahora y los fotógrafos eran ultra necesarios para documentar la noticia.  

Pero el 16 de agosto de 2007, tuve derecho a subir al segundo piso de la casona blanca porque ya era la periodista de revistas. Y estaba en nómina. Y era feliz. Esa noche se habían inaugurado formalmente las remodelaciones del Monumento a los Héroes de la Restauración.  

Y aunque en clase siempre recordábamos el 5 de abril como el Día del Periodista a causa del primer periódico dominicano, el Telégrafo Constitucional, en esos años seguía siendo un dato para recordar.  

El 5 de abril de 2008, 21 días antes de mi graduación en el Aula Magna de la UASD, tuve derecho a mi primera celebración por el Día del Periodista. Ahora no recuerdo exactamente que se brindó ni los discursos correspondientes a la gerente, doña Milka, y don Leoncio como coordinador de redacción. Posiblemente elogiaron nuestro trabajo y recordaron que éramos el centro de toda la operación empresarial.  

Luego, cada año este ritual se repitió puntualmente, con variaciones que no vienen al caso mencionar, con nuevos colegas, otros pasantes (muchos pasantes), quienes luego tomaron el relevo, no en la casona blanca sino en la casa amarilla donde fuimos a parar todos al final. 

Justamente para el 5 de abril de 2015, aproveché la celebración listiniana para anunciar mi salida hacia otra etapa profesional. De esa tarde, recuerdo los abrazos de todos los colegas, pero muy especialmente de fotógrafos, choferes y el personal administrativo que se encarga de las cuestiones burocráticas, lo que permite a los periodistas de impresos dedicarse a su misión esencial: pensar, preguntar y escribir. 

Aunque he seguido siendo periodista a mi manera (colaborando en publicaciones locales, siendo corresponsal para L’Amateur de Cigare y escribiendo aquí en Cayena Magazine), nunca se siente igual que cuando pisas cada mañana la sala de redacción para enterarte primero qué pasó, qué está pasando y qué va a pasar.  

Como dicen, puedes dejar el periodismo, pero el periodismo no te deja a ti: sigo con el vicio eterno del café, la predilección por hojear los impresos, el deleite en preguntar y escuchar historias, la magia de ser una firma y nada más.  

¡Feliz día, colegas! ¡Feliz día, periodistas dominicanos!