Apenas he visto la ciudad en estos primeros días del año. Me interesa caminar la calle Del Sol al atardecer mientras devoro una catibía de las que fríen en la esquina de la calle Mella. Sé que tengo tiempo de hacerlo en enero, mes que dura ochenta días.  A veces se siente más largo, sobre todo esa curva entre el Día de Año Nuevo y la primera quincena.

Todavía cuelgan algunas luces en las empresas, porque apenas hoy es Día de los Santos Reyes. Mientras escribo estas líneas, mis pies descansan de la prisa que les puse mientras desandaba los pasillos de una juguetería (no estuve sola) porque el ser madrina de infantes tiene la dulce obligación de hacer magia para esta fecha.

Quedan, también colgando, las cintas de nostalgia de quienes no pudieron ver el año estrenarse con nosotros, y, al mismo tiempo, la sana incertidumbre de que no sabemos si lo vamos a terminar.

Sin embargo, como santiaguera de corazón (y esto es casi un pleonasmo), confío en que veremos finalizar este 2023 mejor de lo que hoy vemos y vivimos, poniendo, como dice San Pablo, la fe por obra, es decir: haciendo lo que queremos que sea.

Igual quiero pensar que este año encontraremos solución al tránsito urbano e interurbano de nuestro Santiago, primado de América. Y que nuevas oportunidades para el desarrollo económico están a la puerta, pero sobre todo ansío que este venga de la mano con el desarrollo social. O dicho de otra manera, que la gente tenga más para el cuerpo y para el alma.

¡Feliz 2023!