La Cuaresma inicia con el Miércoles de Ceniza, que este año dos mil veinticuatro fue el catorce de febrero, y culmina, este año, el jueves veintiocho de marzo. En el ámbito religioso, específicamente en el católico, es el tiempo que Jesús estuvo en el desierto limpiándose espiritualmente a través del ayuno y la oración. Es también la preparación litúrgica previa a la fiesta de Pascua. Sin embargo, no es desde el tema meramente religioso que en esta reflexión/artículo quiero compartir. Más bien, mi interés es el humano, desde la interioridad de cada cual. ¿Cómo deberíamos vivir, sentir y compartir este tiempo que se supone, insisto, independientemente del aspecto eclesiástico, es de recogimiento, de meditación, de interiorización, compasión y perdón?
El cada día más abrumador e impetuoso sistema de vida que, conforme pasa el tiempo, la humanidad va asumiendo, ha contribuido a la merma de los sentimientos de bondad, solidaridad, empatía y afectividad que otrora eran comunes en la época de Cuaresma y que los adultos, mayores de cuarenta años, en su niñez, en su juventud, así como en su madurez, tuvieron el privilegio de practicar a través de la crianza en valores de la que fuimos engalanados. Hoy día vemos pasar inadvertida por las generaciones actuales esta simbología por su casi nula práctica y ausente enseñanza de una cultura que es parte de la identidad de los pueblos y que, aunque no fueran practicantes de la fe, al menos respetaban con su disciplina, con sus actos, esta conmemoración previa a la Semana Santa o Semana Mayor.
En este escrito de carácter reflexivo, con matices educativos, es mi interés contribuir a que hagamos, en algún momento, en cualquier lugar, solo o acompañado, un ejercicio de autoevaluación sobre lo que somos, lo que hacemos o hasta ahora hemos hecho y hacia dónde vamos en términos humanos. Porque como humanos que somos, tenemos precisamente el compromiso de ser promotores del bien sobre el mal en tiempos donde lamentablemente lo malo es más visible que el bueno y lo único que necesita el mal para crecer es precisamente que los buenos no hagan nada para evitarlo. Por lo tanto, está en nosotros hacer el bien para vencer el mal y la Cuaresma es una buena oportunidad para al menos empezar. ¡Eso es lo que en este artículo quiero motivar como aporte Cuaresmal!