Esta quincena me permito recordar lo que pasó hace 15 años, un 26 de abril (como diría Galeano, «del latín “ricordis”, volver a pasar por el corazón). Días antes, los medios recordaban el abril de 65, pero en la residencia Cruz Gil solo se hablaba de birretes, togas, Aula Magna y feria del libro. La madrugada de ese sábado, luego de la desabolladura y pintura en el salón de Tereza, la graduanda matrícula BE con terminal el 0 tomaba rumbo a Santo Domingo la guagua de las 6:00 a. m. de autobuses Metro. Conmigo, don Pedro y doña Altagracia, quienes visitaban por primera vez el extenso campus de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y, convocados por mí, pisarían también en estreno la Plaza de la Cultura Juan Pablo Duarte para conocer la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo. Todavía el Metro de Santo Domingo no se inauguraba y en Santiago no conocíamos el peso específico de la palabra tapón.

La mañana capitaleña se fue en desfiles y un solo asiento a mi lado en el acto de investidura, que democráticamente mami dejó al hijo de Reina (nadie nos advirtió que sería la cuarta y última graduación en que nos acompañaría). Mientras salía del Aula Magna junto a los otros 611 nuevos profesionales con mi título Cum Laude bajo el brazo, a 150 kilómetros mi familia lloraba la muerte de Cristina (abuela de mis primos Arias), de la que nos enteramos muy tarde ya porque mi tía Carmen no quería dañarnos el día.

Luego de un sencillo almuerzo en una plaza de la avenida Máximo Gómez, nos acercamos caminando hasta el recinto ferial e hicimos campamento en el Café Bohemio para salvarnos del calor post Semana Santa y donde Tata se burló de mí y mis cafés caros, mientras leía el menú con nombres de escritores dominicanos. Ya había cambiado el traje académico por la pinta de novel escritora…

No hubo mayores celebraciones por el logro profesional, ni falta hizo. Bastaba con ese par de abrazos imprescindibles y la certeza de la feria en abril, el reencuentro con los amigos y colegas de Santo Domingo, los cómplices que veníamos de Santiago y la noche entera entre las calles milenarias de la Primada de América. Bastaba con lo que ahora ya no está.