Hace seis semanas trato de elegir palabras para seguir contando lo que prometí en la primera crónica, pero nunca el menú estuvo tan escaso. Hoy, que amaneció tan temprano, la muerte de Pablo Milanés se amontonó en una pila de malas noticias que este año ya va muy pesada. Las ausencias se acumulan tanto que cuesta transitar las habitaciones de una casa cada vez más vacía o una ciudad más agresiva por el alto tránsito.

Prefiero, entonces, visitar ese Arte Vivo del 2005, cuando Casa de Arte colonizó Santiago de los Caballeros con su festival anual y todos encontramos el camino hacia el Centro León para escuchar a Pablo. Poco importaron las lluvias de abril. La Mendoza y yo madrugamos esa tarde (a la convocatoria de las 7 de la noche arribamos antes de las 5 de la tarde), solo para poder ocupar de pie los primeros espacios frente a la tarima, a la distancia prudente que la valla de seguridad nos permitía.

Otros cómplices llegaron después, con el sol ya muerto en la avenida 27 de Febrero y la multitud llenando el parqueo del centro cultural, que en ese entonces era lo nuevo en esta urbe monumental. Otras cosas eran nuevas también.

Nosotros fuimos parte de ese público que ponía más atención que el área de prensa (según la queja del propio cantautor); la voz de Milanés nos sedujo desde el principio hasta «Para vivir». Aguantamos de pie bajo la lluvia para no perder la posición, como aguanta una estos días donde llueve adentro del alma y escampa afuera.

Todavía no tolero la música. Pero hoy hice una pausa en mi ayuno musical para escuchar unos versos del cubano que podrían alentarme en estos primeros días, en que recorro Santiago como huérfana total, desandando cada esquina que pisé por primera vez de la mano de mi mamá: « Te encontraré en la luz/ Que se me esconde tras el alma».