Mientras estas líneas se publican, yo estaré en otro huso horario. El festival Arte Vivo ya tendrá 2 días abajo y yo me perderé los conciertos musicales. Me hará falta la descarga musical del sábado, los abrazos de amigos, músicos y poetas. Y la echaré en las redes la presentación de Concón Quemao.  

Si las promesas gubernamentales se cumplen, esta sería la última edición de la fiesta artística primaveral que sucede en las actuales condiciones de nuestra querida Benito. Me lo perderé y no hay nada que pueda hacer para remediarlo. 

Posiblemente recordaré la edición 2023, el último abrazo a Alex Reynoso, los milagros de la nevera mística y otras maravillas que ocurren entre la Máximo Gómez y la Restauración. 

Sí gestioné una pequeña fuga este miércoles por la tarde para participar en el maratón de poesía que aconteció en el Centro de Convenciones y Cultura Dominicana UTESA. En las butacas de la Sala de Cine Contemporáneo, jovencitos de veintitantos luchaban contra el sopor vespertino mientras nosotros (los poetas) jugábamos con versos y palabras. La mayor parte del tiempo alguna frase les dilataba a las pupilas lo suficiente como para reflejar interés. Yo también hubiera querido que la lectura fuese bajo los árboles de cualquier campus universitario o con café en mano bajo cualquier kiosco.  

Y si tengo suerte, el doctor Cabrera elegirá algún poema de esta víspera primaveral para incluirme en la jornada mundial que sucede ahora mismo en las redes de Casa de Arte y Arte Vivo. Eso solo lo sabré a la vuelta, cuando las palmas del Domingo de Ramos hayan empezado a secar y la misión sea descubrir a quién le robaremos, otra vez, abril.