La última vez que desfilé, iba en un coche de caballos que mi mamá había alquilado para las fiestas patronales de Nuestra Señora del Rosario, en octubre. De la memoria que el covid me deja conservar, tengo el vestido blanco que había usado semanas antes para el novenario de mi abuela materna, las medias de igual tono con borlas a los lados y el miedo a las lluvias de ese mes otoñal y las risas con mi prima Gemma, compañera de carroza en esa tarde que escapamos a las clases del colegio.

Muchos años después, caí por casualidad de la vida y complicidad de los colegas Roque y Leidy, en una carroza de la Gran Parada Dominicana que celebran los dominicanos de allá desde hace cuarenta años en Manhattan. No había vestido ni caballos, apenas unos tenis cómodos para aguantar la caminata entre cuadras de la isla neoyorquina.

Previo al inicio oficial del desfile, se puede ver de todo en la zona que acordonó la ciudad. Un grupito seguía a Prince Royce. «¿Tú te criaste con él, verdad?» Corren las damas para la foto con el artista cuando termina de conversar con un reportero de televisión. Entonces pasa una pequeña marea azul. «Son todos dominicanos», me dicen del grupo de policías que orgullosos van a buscar su lugar.  

En todas las cuadras, merengue, dembow y salsa nos delatan. El español se mezcla con el inglés más que nunca entre los que buscan su esquina para desplegar bandera, los centroamericanos que la ofrecen desde 15 dólares, los turistas que tuvieron suerte y les tocó presenciar más dominicanos por metro cuadrado que llaveros de «I love NY» en un «99 c$».

En las bocinas de mi carroza Johnny Ventura canta que si vuelve del más allá, vuelve a ser dominicano. Yo quisiera que volviera, pero el susto sería una pandemia mortal para los miles de compatriotas en la 6ta Avenida. De toda la gente que vi, fotografié o saludé, una sola me sorprende: la doña del sombrero ancho y pico rojo debe tener más años que mi mamá, pero va de pie en la carroza, agitando bandera, sonriendo, supongo que porque la tierra pesa más que el aire.

Entre la Broadway y la 5ta, desde la 37 hasta la 52, el parqueo y tránsito vehicular estuvo prohibido para que los dominicanos pudieran subir por la 6ta y dejar claro, este domingo de verano, que somos muchos y estamos aquí. Porque si uno de nosotros está, estamos todos.