El día en que Jorge Pineda iba a morir, Daniela Cruz Gil se levantó a las antes de las seis de la mañana. Había acordado asistir a la celebración de la palabra de las 6:30 en la parroquia cercana a su casa. Era 16 de febrero y se cumplían 4 meses de la partida física de su mamá. Se levantó antes de las 6, pero no logró agilizar todo el proceso de llevar su cuerpo al baño y prepararse para la actividad. En cambio, volvió a cerrar los ojos y, de repente, era muy tarde. 

Así que, antes de salir de su casa, no tuvo tiempo de hacer su acostumbrada inspección de las redes sociales ni colar café. Por eso, cuando finalmente, a las 6:40, tomó rumbo hacia la iglesia, Daniela ignoraba que Jorge había “entregado su último suspiro” 5 horas antes.  

Al llegar al templo, se percató de que, en vez de una celebración de palabra, era una misa, porque se cumplían dos meses del fallecimiento de la hermana de uno de los sacerdotes presentes y el novenario de un anciano. La misa se extendió y, eso retrasó un poco más el regreso a casa y la revisión de redes.  

Ya dijimos que no había colado café al salir, por lo que era urgente prepararlo para enfrentar el día laboral desde la casa. Taza humeante en mano, la joven entra a Instagram para ver historias, sonreír tal vez con algún chiste mientras suspira aún por las lágrimas que se le escaparon media hora antes, efecto directo de las frases de consuelo que amigos y allegados disparan con buena intención, pero tristes resultados. 

Nada la preparó para la publicación en la cuenta del artista. El uso del posesivo nuestro la ensombreció. Y todo se fue en picada al terminar de leer el mensaje de Henry Mercedes.  

Porque Jorge es nuestro, de algún modo. Por la amistad que es capaz de generar sencillamente, con la sonrisa amplia que deja de gratis en cualquier circunstancia. Por su arte, que trasciende en un presente eterno (y que no me toca a mí ponderar).  

Anoche, mientras volvía a rumiar estas ausencias que se suman, pensé en mi máxima de estos días: «La vida es un ratico». Y atesoré todos los raticos que a distancia corta o larga, comparto con Pineda, ese hombre del Sur cuya obra artística podemos visitar en el Centro León, ubicado siempre al norte geográfico y conceptual del arte dominicano.  

Adrede, me contradigo con lo de ausencia y cometo el error semántico de decir iba, es: porque, siguiendo la estela de Sara Hermann, hablo de él en presente. Porque de un modo u otro, los que se van, siguen siempre aquí.